Esta obra:

Una historia completa, exhaustiva y bellamente escrita de la novela en España desde los orígenes hasta el siglo XXI. Cientos de autores, miles de títulos, todas las tendencias y estructuras. Una obra rigurosa, didáctica y clara, dirigida tanto al lector curioso como a estudiantes de literatura, profesores y especialistas. Una obra de consulta imprescindible en bibliotecas y en el dispositivo de los mejores lectores.

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Prólogo (principio)

Este prólogo puede empezar como un relato corriente, y el relato empieza así: hace unos cuarenta años, paseando por París, me detuve en uno de esos cajones que suelen colocar las librerías en las aceras, contemplé un par de tomos desparejados, no muy voluminosos, que se titulaban algo así como Historia de la novela inglesa, y pensé en comprarlos, pero no tenía mucho dinero en esa época (en la presente tampoco me sobra). Después, o casi inmediatamente, me dije que no existía ninguna historia de la novela española, y que quizás, solamente quizás, yo podría... Y así empezó, ante unos libros ingleses que no pude comprar, una aventura que ahora acaba.

Como buen discípulo de Lucien Goldmann, del que seguía sus cursos desde 1960, sabía que una historia empieza siempre por el presente y avanza hacia atrás; se trataba de comprender las contradicciones del presente, y, para comprenderlas, había que remontarse en el tiempo. Ni corto ni perezoso, como se dice, escribí mi primer libro sobre la novela española, Tendencias de la novela española actual, un libro entusiasta y editado por republicanos españoles refugiados en Francia, libro no muy bueno, incompleto para aquel año de 1970, pero que debía ser escrito.

Después me aventuré por el siglo XIX con varios libros más, y con centenares y centenares de lecturas, y ya me sentí preparado para estudiar la Edad Media y la edad de oro o Siglos de Oro (más que un único Siglo de Oro).

A pesar de mis cursos sobre la novela, que he impartido en varias universidades, nunca me he sentido especialista de la novela; en realidad nunca me he sentido especialista en ninguna materia, pero la novela, toda la novela, ha estado siempre presente en mi quehacer, una especie de preocupación que me producía sobresaltos a la hora, por ejemplo, de no poder situar una obra en su época correspondiente.

Me hubiera gustado una historia sociológica del novelar, pero, aunque parece paradójico, es mucho más difícil tratar sociológicamente una producción literaria que tratarla o estudiarla históricamente.

Y empezaron las publicaciones, algunas de las cuales se recogen en lo que sigue. Pero la idea de formar un todo, de componer una obra única que respondiera al deseo pedido ante aquella librería parisina, tardó años en aparecer. Si al final me decidí por el todo, fue a partir de la construcción de los catálogos de novelas españolas, ejercicio tedioso, casi odioso, y que siempre me hace recordar la terrible frase de Saavedra y Fajardo: «Los que hacen listas de libros son ganapanes que trabajan para los demás». De acuerdo, trabajaría para los demás, pero yo sería el primero en aprovecharme de tan enorme y fastidioso trabajo.

Compras de libros viejos, visitas a bibliotecas, lecturas y lecturas, y así más de treinta años, sin que la continuidad en el trabajo pueda garantizar su valor.

Lo que sigue no es muy tradicional, como podrá comprobarse; quizás haya errores, aunque no de bulto, pero errores; sin duda, he intentado abarcar demasiadas obras y demasiada historia. Sé, y ya por experiencia, que parte de la crítica sólo se fijará en los errores, o, como escribió Alborg refiriéndose a mi obra, «ya le roerán los zancajos». Y sí, querido amigo, ya me los han roído, pero sobre todo me han dejado, digamos, aparte. No he recibido críticas de mis libros sobre la novela, lo que por una parte me priva de corregir defectos, y por otra, la que me gusta, me da una libertad total.

He de confesar mi falta de respeto por las autoridades más o menos académicas, en parte quizás por mi carácter independiente, pero también porque a la hora de consultar mis dudas, que eran muchas, y que siempre planteé con la debida modestia, no encontré respuestas adecuadas o las encontré tan disparatadas que prefiero no recordarlas. Creo, además, que el respeto a las autoridades, académicas o no, impide pensar o impide establecer nuevas relaciones, que es en lo que consiste el pensamiento. La falta de aprecio, como se podrá comprender, no significa menosprecio.
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